Durañona

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La sociedad durañonense ha sido, desde principios del siglo XX, objeto de estudio de escasos aunque reputados antropólogos, economistas y sociólogos. Son muchos los elementos que han llamado la atención de estos académicos, desde los llamativos códigos del vestir durañonense, hasta la particular composición de su sistema socio-económico y político, pasando, sin duda, por el desarrollo de su ciencia y su técnica, o las extrañas creencias religiosas que la mayoría de sus ciudadanos abraza. Aunque hay quien sostiene que la principal motivación para llevar adelante los escasos aunque rigurosos trabajos de campo sobre este pequeño grupo de islas del Índico se debe a la belleza de sus playas, a su deliciosa comida típica –elaborada casi en su totalidad a base de suruflo– al clima templado tirando a cálido, y al altísimo nivel de sus puticlubs.
Dada las vastas distancias que separan las islas de cualquier punto continental, y la escasez de vuelos, llegar a Durañona resulta oneroso hasta el escándalo, por lo que se haría prácticamente imposible visitar la isla sin el apoyo de alguna institución educativa prestigiosa. A eso tal vez se deba no sólo la constante –aunque jamás exagerada– presencia de investigadores, sino también la escasez de turismo.
Por otra parte, la hostilidad de su geografía urbana y la necesaria convivencia de los visitantes con ciertas costumbres difíciles de asimilar para los extranjeros, han desalentado el turismo de elite, que le ha dado la espalda durante años.
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