Los dos lados

.Habitaba un duermevela mientras las cosquillas dibujaban firuletes sobre mi vientre. Pensé en abrir los ojos para reconocerla cercana y pícara, pero el otro lado me amarraba. Sin resistencia me zambullí en ese mundo donde ella era todavía más ella, porque también era otras. Las cosquillas, allá, las causaba una pluma de tonos pastel y después una mosca insidiosa, y yo cruzaba una puerta para que la mosca se volviese lluvia finita y fría que adelgazaba hasta hacerse lluvia de una sola gota cayendo sobre mi vientre, cansándolo, hiriéndolo: la insinuación de una tortura que provocaba angustia, primero una angustia sonsa, casi como si no lo fuera, y otra vez ella, la de siempre, pero distinta: una temible, terrible, y ese garabato de pronto frío proponía en mi vientre el horror de un filo, y repicaba su risa cruel, y entonces sentí la puntada –el tajo– y el chorro caliente brotando de mí, y en esa desesperación de los malos sueños abrí los ojos y la vi, a ella –fresca, real–, aferrada con sus dos manos al cuchillo: tiraba de él con desesperación, con espanto, como si quitándolo borrara la tragedia gestada en aquel sueño, como si no fuera tarde para improvisar rescates.
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