El milagro de la muerte

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Ver morir a mis hermanos dolió, pero enterrar a mis hijos y nietos resultó inverosímil. Al final me acostumbré a ser un bicho anacrónico; aunque trescientos años de inmortalidad pesan como una lápida. La gente envidia mi salud, mi pasado, mi futuro inobjetable. Yo le envidio el apuro de su día a día, esa sentencia con la que casi todos nacen. O así era antes, cuando no intuía que mi destino repite el de tantos: que vaya a saber cuándo, yo también he muerto. O que la única muerte es la de los otros.

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